Jesús es conducido por el Espíritu al desierto, mientras el diablo lo ponía a prueba. Tres palabras que reflejan la realidad de nuestras vidas. Desierto, prueba, Espíritu. La vida es como cruzar un desierto, donde no hay caminos prefabricados, donde hay escasos oasis e ilimitados horizontes, donde en cada momento hay que elegir el rumbo. El cansancio físico y psíquico frecuentemente ahogan el alma y crean espejismos de felicidad que provocan nuevas frustraciones. Por ello el desierto es el lugar de la prueba del hombre, donde se demuestra la verdadera calidad del espíritu. La libertad se somete a sí misma a prueba. Hay que crear necesariamente caminos. Es el lugar de las opciones, de las cuales depende la propia vida. Todo son alternativas, incluso hay que elegir los propios puntos de referencia para orientarse. No hay indicadores de caminos.Pero el Espíritu de Dios no está ausente en esta travesía, nos conduce desde dentro, nos sugiere las rutas en lo secreto, pero no nos libera de optar. Es encontrarse consigo mismo en profundidad, con las propias tendencias y deseos. 1. Convertir las piedras en panes. La tentación de esperar la felicidad de la materia. El dinero convertido en Dios. La comodidad confundida con la felicidad, con la plenitud. El egoísmo como piedra angular de la propia existencia. Egoísmo y dinero desencadenan en el espíritu la espiral de la avaricia que centra las fuerzas del espíritu en atesorar. Es entrar en la angustia del miedo a perder lo que uno tiene. Uno se confunde a sí mismo con el "tener". Forma parte de esta tentación la búsqueda del placer como objetivo de la vida. "No sólo de pan vive el hombre..." El pan nos alimenta, nos permite sobrevivir. Pero no da sentido a la vida. Hace falta la Palabra que ilumina el espíritu, lo alimenta, le da ilusión... Y cuando ésta palabra es Dios quien la pronuncia,es mucho más fundamental para el mismo hombre. Así la tentación del materialismo se supera con la escucha de la Palabra de Dios. 2. Poder y gloria. Es la tentación del orgullo, del dominio, del poder. El hombre se resiste a ver su propia imagen deteriorada. Queremos ocupar los primeros puestos, ser admirados. Ejercer dominio sobre los otros. Esta tentación se filtra en nosotros a través de una hipersensibilidad que nos desequilibra; a través de un vivir de cara a la propia imagen. Serás poderoso si, a cambio, me entregas tu libertad. Para ser interiormente libres hay que perder el miedo a la humillación, hay que desprenderse del culto a la propia imagen; hay que dejar de ser ídolos para sí mismos. 3. Los falsos mesianismos. Todos quisiéramos un tipo de Mesías más espectacular; que demostrara su divinidad a base de milagros espectaculares. Que nos ahorrara la difícil tarea de fiarnos de Dios en los momentos difíciles. A Cristo le costó mucho aceptar en su vida tener que encarnar el Mesías crucificado. Ahí están el monte Tabor y Getsemaní como testigos de esta lucha. Es la Cruz que nos sorprende en nuestras vidas. De muchas maneras. Y que pone a prueba nuestra confianza en Dios.