VII

         Palma de Mallorca, 9 de noviembre de 1889. El P. Fundador exhorta a las hermanas, después de haber asistido a unas conferencias morales, a perseverar fielmente en la propia vocación religiosa y a cumplir la voluntad de Dios, observando las leyes. Esto ha de tratar realizar la visita de renovación, que será hecha con la frecuencia posible.

         Amadas hijas en nuestro Señor Jesucristo:

         Terminadas felizmente las conferencias morales en las que habéis aprendido la doctrina religiosa que fielmente observada, os asegura la verdadera paz en esta vida y la felicidad eterna en la otra, deber mío es inculcaros encarecidamente la santa perseverancia en no desviaros jamás de vuestro hermoso camino, mirando siempre a vuestro divino Esposo, que delante de vosotras clama tiernamente al corazón de cada una: Ven, sígueme: Veni sequere me. Ah ¡hijas queridas! en estas pocas palabras está encerrado el secreto de la vida espiritual, el tesoro de la vida religiosa. Ven, sígueme, os dice Jesucristo en todas las ocasiones, en todos los sucesos, en todos los momentos. Sí, haced lo que yo hago, lo que vine a hacer en este mundo: en un todo y por todo la voluntad de mi eterno Padre.

         Ahí tenéis compendiado el medio de haceros santas. Hacer en un todo, no la vuestra, sino la voluntad del eterno Padre.

         Superioras y súbditas, haced la voluntad de Dios: a vosotras todas se dirigen estas palabras, que son el reclamo con que siempre os habla al corazón vuestro celestial Esposo: obedeced y callad. Obedeced las que tenéis el cargo de Superioras mandando siempre según la Regla, sin desviaros jamás de ninguna de sus prescripciones, y teniendo en todo, y con todas, los buenos modos de la mansedumbre y humildad: obedeced las que tenéis el oficio de súbditas, sin réplica, sin queja, sin murmuraciones, pronta, gustosa y santamente. Es Dios quien manda, y manda a sus queridas esposas. No profanéis jamás vuestra elevada dignidad: estáis revestidas de Jesucristo, que es la misma santidad; sed santas.

         A este fin se dirige la santa visita, que se hará con la posible frecuencia: para ayudaros a la santa observancia sin la cual no puede haber santidad; para animaros a buscar puramente a Dios en todas las cosas, y nunca, ni por nada a vosotras mismas. Por lo que resistid con valor al enemigo, cuando bajo cualquier pretexto os tiente con la queja, con la denuncia...; contestadle que hay una hermana que tiene esta obligación, y que por lo mismo a vosotras solas os toca obedecer y callar, evitando siempre todo dicterio contra cualquiera de las hermanas, y mucho más aun de los superiores. Si hay algo que corregir, con vuestra paciencia y resignación, hecha vuestra fervorosa plegaria a Dios, obtendréis infaliblemente el remedio, que en vano esperaríais de otros medios que repugnan, y son improperios de una buena religiosa, porque sabido es que la queja despide un mal olor que inficiona a la misma persona que le da entrada en su corazón.

         No penséis, pues, que en la santa visita hayáis de hacer recriminación alguna: vosotras no habéis de juzgar ni de las personas, ni de las cosas: quienes deben hacerlo, con Dios y por Dios, lo harán: con la gracia y la benditísima protección de Dios se conseguirá todo el bien que se desea. Los días de la visita son días de fiesta, días de renovación de los buenos propósitos, días de fervor espiritual y de santa paz.

         Como prenda de cordial afecto os da la santa bendición vuestro afectísimo padre en Nuestro Señor Jesucristo.

         Palma, 9 de Noviembre de 1889

                                                El Superior

                                     Sebastián Gili, presbítero

                                               (Rubricado)