Carisma
Sebastián Gili Vives fue un sacerdote que se movió en la fundación de su Congregación por amor a Dios y en El y por El, por amor al prójimo, sobre todo al prójimo necesitado y desvalido. Este amor ha de encarnarse en estructuras concretas y eficaces. Constató que esto no estaba así en la Inclusa y en otros Centros de Beneficencia de Mallorca. Lo vió a través de la experiencia que le dictó su servicio de Prior desde 1844 y Director (1845) de la Inclusa.
Se convenció de que la situación de ser atendidos los niños por personas mercenarias y que cambiaban cada poco, no ofrecía a los niños el calor maternal conveniente. Comprendió que se necesitaban personas consagradas a ellos por amor, concretamente personas consagradas con votos. Comprendió que las mismas Congregaciones existentes, a las que trataban de reclamar las autoridades civiles, no estaban dotadas, por motivo de sus estructuras, de las condiciones convenientes.
Con ideas muy claras se impuso fundar una Congregación religiosa. Adelantándose a los tiempos, comprendió que no se debía excluir de esta Congregación-modelo a las mismas jóvenes expósitas formadas en la Inclusa. Con estas mismas, seleccionadas, comenzó el ensayo del proyecto de la Congregación. Se llamarían «Hermanas del Amparo y estarían bajo el Amparo de la Virgen María». Los niños comenzaron a sentir el calor verdaderamente maternal, con aquellas jóvenes llenas de caridad y bondad. El rostro de la Inclusa se transformó. Sin darse cuenta del motivo del cambio, la gente se dio cuenta del cambio maravilloso de la situación. Florecieron la alegría y el encanto de los niños. El ensayo secreto había comenzado hacía unos cuatro años -parece ser en 1854- pues el 4 de diciembre de 1858 afirmó en una Memoria al Gobernador de la Provincia Balear con estas expresivas palabras:
Resulta por lo mismo que las Hermanas de otro Instituto ocupan en esta parte una posición inferior a las del Amparo, que tienen acreditados sus interesantes servicios de caridad en este establecimiento por el largo espacio de cuatro años, durante los cuales se ha ensayado su organización, y el público, sorprendido, ha admirado los efectos, ignorando la causa de donde dimanan... Permítase enarbolar el estandarte de la caridad, y se verá en seguida cuántas jóvenes atrae su imán poderoso para formar este establecimiento moral y social que se intenta levantar.
Se ve un hombre lleno de confianza, precavido, que puso de su parte los dones que Dios le había dado para colaborar con El en la realización de sus designios. Quiso que se pusieran los remedios o medios convenientes para hacer triunfar el amor de Dios en el servicio de los hombres. Aparece sumamente correcto, con expresiones finas, modales elegantes. Supo ser agradecido, manifestarlo así a los interesados. Buscó los medios para poder admitir el mayor número de vocaciones, para que pudieran atender a las exigencias de tanta gente necesitada. Nos dice que se siente «movido del natural deseo que me anima de proporcionar cuanto alivio sea dable a la humanidad doliente»; pero siempre pensando en los planes y ayuda de Dios.
Su sentido de basar todo en la prudencia divina y humana le llevó a enraizar su Congregación, ya antes de fundarla, en la Orden de San Agustín.
Su actuación con la virtud de la prudencia se vio en el hecho de buscar consejo en una persona de la categoría del P. Gonzalo Arnau, osa., alma del movimiento sacerdotal de Palma y de otros movimientos religiosos. El mismo P. Arnau lo dice en carta al Comisario Apostólico Francisco Cuixart el día 3 de diciembre de 1860:
Las Agustinas del Amparo tienen nuestra Regla y unas Constituciones particulares redactadas por su Prior D. Sebastián Gili, Pbro., mi íntimo amigo, que no ha dado un paso respecto de dichas Hermanas que no me lo haya consultado; dicho Prior tiene Hermandad que, a mi petición, le concedió el Rmo. Vidal.
Se deducen las dos grandes aspiraciones del Siervo de Dios en relación con la Congregación como finalidad: la dedicación a superar los sufrimientos de la humanidad doliente y lograr una adecuada formación de la niñez. Es una constante en la fundación en todos los pueblos. Se ve también su deseo del servicio domiciliario a los mismos enfermos.
Aparece la exigencia de que las Hermanas cumplieran debidamente sus leyes y no cedieran en ello ni ante presiones de sacerdotes.
Se fueron posando en El las miradas de la gente. El Obispo presentó al Siervo de Dios al Secretario de Estado, destacando sus cualidades y dice que tiene infatigable celo, caridad y rara inteligencia.
Observó constantemente una conducta no solo irreprensible sino también recomendable por su ilustrado celo y laboriosidad. Los desvelos, el piadoso celo, el orden, el ejemplo, fueron claros indicios de que era un alma especial. Enfermo, y todo, regresó de Artá, cuando tuvo lugar la invasión del cólera, para ponerse en primera fila. Su preocupación, por las Hnas, la admisión de las expósitas a la Congregación, siendo incluso las preferidas, demuestra, que es obra de Dios. La virtud, la ciencia, la humildad, la pequeñez, y responsabilidad por la observancia, fueron algunas de las virtudes que sobresalieron en él y es lo que trató de inculcar en sus Hijas las Agustinas. A todo trance quiso la gloria de Dios. Quiso extraordinarios para Dios en el día del aniversario de la Fundación y el tierno detalle de «si se puede algo en la mesa».
Tenía un carácter fuerte y enérgico, pero tierno y paternal a la vez. El Obispo puso en repetidas ocasiones a prueba la paciencia del Siervo de Dios. A una breve indicación, las Hnas. le obedecían como a un Padre. Siempre dispuesto a obedecer a sus Superiores. Hombre de profunda humildad, para la mayor gloria de Dios y bien de las hermanas.
Dictó unos Reglamentos y Leyes que debían de cumplir la Hermanas de la naciente Congregación a fin de vivir el Evangelio con toda su radicalidad. La Congregación es su obra maestra y a ella consagró toda su vida, procurando dar unas directrices por las que las Hermanas fueran únicamente para Jesucristo.
A través de las cartas, se vislumbra las virtudes del Siervo de Dios; por una parte la plena disposición a los superiores, obediente y humilde; por otra el respeto y cariño con que le trataban las Hermanas y por otra la reverencia y respeto con que se dirigían a él los eclesiásticos y otras personas. Su paciencia fue puesta en algunas ocasiones a prueba por el obispo, que en el fondo reconoció su laudable celo y los constantes sacrificios en favor de las Hermanas. Se destaca su profunda humildad y una extremada pobreza, ya que se conformaba con casi nada.
Por otra parte se ve su carácter firme y enérgico, a fin de que vayan las cosas por el camino que les corresponde, sobre todo en lo referente a la actuación de las Hermanas.
Tenía un claro sentido de la justicia y cuando se trataba de las hermanas. no consintió los caprichos de otras personas; porque decía que la caridad no podía atarse a vínculos extraños y debía obrar con la libertad propia del espíritu, sin mezcla de elementos materiales ni perturbadores. Se identificó completamente con las Hermanas, ya que las tenía como algo propio.
En los diversos documentos se observa una exquisita reverencia y obediencia al obispo y a las otras autoridades de la Diócesis. Se nota una observancia plena de las leyes de la Congregación en favor de la mayor perfección y santidad de las Hermanas y edificación del prójimo. Se advierte su preocupación por la observancia religiosa siempre en busca de una mayor perfección, a través de la intercesión de la Santísima Virgen bajo el título de la Consolación. Sobresale lo determinado en la sesión trienal de 1870, el día 19 de Junio. Se advierte su confianza en la oración. Aparece un hombre de intensa fe.
Se preocupó de que los cargos estuvieran enfocados «para la mayor gloria de Dios, bien de las Hermanas y utilidad del prójimo»).
Propuso horarios muy equilibrados de Comunidad: actos comunes de oración, de recreo, de comida. Se acentuó el aspecto mariano de la oración. Pidió oraciones para el éxito de las reuniones del Consejo General, etc.
En diversos discursos a las Hermanas se mostró un experto en la vida espiritual de las religiosas. Es admirable la humildad que manifestó en su dimisión del cargo de Director de la Congregación y el respeto hacia el obispo. Abrió a sus hijas espirituales su corazón de Padre y Fundador y les hizo una llamada más hacia la santidad, viendo todo en perspectiva de la gloria eterna:
Cuál padre inválido, que cuando otra cosa no puede, retirado en un rincón de su casa ruega con toda la eficacia de su corazón por el bien espiritual y material de sus hijas, así queda vuestro Padre, que a todas os tiene escritas en su corazón, y confía que no siendo ajeno a vuestras oraciones, y fieles vosotras a la práctica de las virtudes religiosas, hemos de reunirnos un día formando coro en el cielo con la gran familia Agustiniana que allí nos llama y espera.
Resplandeció el celo del Siervo de Dios por hacer caminar a las Hermanas de la Congregación por el camino de la perfección y de la santidad, con los medios que les proporcionó y al mismo tiempo su rectitud en no ceder ante intimaciones económicas, aunque procedió siempre con rectitud evangélica.
Se manifestó la prudencia y discreción del Siervo de Dios en preguntar y tomar informes sobre las candidatas a la Congregación.
El Siervo de Dios aprovechó reuniones y ejercicios espirituales para lograr que las Hermanas se comprometan a caminar por la perfección y santidad a través de la observancia de las Constituciones y Reglas. La santidad de las Hermanas era motivo de comentario, con grandes elogios en Mallorca y, sin embargo, el Siervo de Dios aún buscaba niveles más altos de santidad para él y para sus Hijas. Se muestran sus finos modales, su delicadeza con las Hermanas, etc. Era un gran hombre de Dios que quería llevar a todas las personas a Dios.
En 1878 cuando las hermanas abandonaron por completo los Centros benéficos se destacó el acierto con que desempeñó el Siervo de Dios el cargo de Director de la Inclusa. Reemplazó el servicio mercenario con la exquisita asistencia de las Hnas., única Institución en Palma que proporcionó maternal y esmerado servicio a las criaturas, enjugó las lágrimas y cuidó de los enfermos.
Su constante preocupación fue la protección de los expósitos y la enseñanza de una sana moral para formar hombres y mujeres útiles. Todo lo llevó en orden y al día. Le gustaba que se cumpliese lo que estaba mandado. Era claro, con inimitable celo y generosa abnegación de las Hnas. dirigidas por él. La Hna. de la Caridad es la garantía de una sana moral cristiana. Se fija en todos los detalles y aspectos. No da un solo paso sin antes consultar con sus superiores.
El Siervo de Dios era un hombre que se había ganado la confianza, entre otros, del Gobernador, que le llamaba entendido y experimentado Director. Inculcó la Caridad exquisita y asistencia de las Hermanas. Los continuos actos extraordinarios de abnegación, los trabajos que realizó y los disgustos que tuvo que soportar, hacían muy difícil la empresa. Inició una serie de reformas con el fin de que todos estuvieran lo más cómodamente posible. Incluso el Gobernador quedó admirado del orden interior del Hospital y buen servicio ante su inesperada visita.
La moralidad fue una de las constantes del Siervo de Dios que quiso que fuera observada siempre. El Siervo de Dios agradeció los elogios con humildad.
Las Hermanas se hicieron cargo de la Casa de Misericordia, obedeciendo ante todo sus Reglas, prestando solamente sus servicios a los desvalidos, cuidando del orden y buen arreglo, enseñando a leer y escribir y cuidando de la educación moral y religiosa de las niñas. El P. Fundador buscó que los jóvenes observasen la moralidad en todos los departamentos.
El Director y las hermanas fueron siempre acordes y con armonía en todas las cosas. Las hermanas podrían oír misa y practicar los ejercicios de piedad en el tiempo que les quedaba después de cumplir sus obligaciones. Cuidó el Siervo de Dios de todos los detalles, a fin de que las hermanas estuvieran bien. Deseaba cumplir con esmero los vastos deberes de este espinoso encargo. Incluso cedió su haber de 300 escudos, para aliviar las necesidades de la crítica situación en que se encuentra la casa. No tenía nada para él, todo era para dar.
El Siervo de Dios mantuvo una amplia correspondencia epistolar, relacionada casi toda con el culto al Sagrado Corazón de Jesús, la principal devoción del Siervo de Dios, la Fundación de las Cuarenta Horas y la celebración solemne de las principales festividades religiosas con exposición pública del Santísimo. Su ansia más ardiente fue promover esa devoción al Sagrado Corazón de Jesús y excitar al máximo la piedad de los fieles y llenarlos de fervor, comenzando por los niños.
Deseó promover la devoción y el culto al Santísimo Sacramento entre las hermanas de la Congregación por él fundada. Su amor al Sagrado Corazón llegó hasta tal punto que decidió dedicarle una Capilla en la Catedral costeada por él mismo, presentó un presupuesto al obispo y consiguió su aprobación, deseando que se perpetuase.
Logró a su vez que fuera calando la devoción entre los fieles y varias personas piadosas costearon los gastos, para fomentar dicha devoción y deseos vivos de practicar el Vía Crucis.
Siguió en aumento el número de agregados a la Pía Unión del Sagrado Corazón, suplicando se pudiera realizar un ejercicio mensual, para estimular a los asociados a recibir los sacramentos de la Penitencia y la Comunión.
Suplicó al Santo Padre la gracia de un oratorio privado, para cada una de las comunidades de la Congregación, con objeto de proporcionar a las Hermanas gran consuelo espiritual, aliento de su espíritu, para desempeñar con fervor y fruto las obras de caridad a que Dios las había llamado para santificación de sus almas.
Los diversos periódicos de la época desde 1844 a 1894, por unanimidad destacaron toda la actividad del Siervo de Dios en favor de los necesitados y desvalidos. Repitiendo, hasta la saciedad que de su buena dirección, la Inclusa se había convertido en estado de verdadera perfección. El esmerado aseo, el cuidadoso trato y la buena educación moral y religiosa, la calidad de los alimentos, acertada organización, el régimen que se seguía, la puntualidad, la exactitud y sencillez en los libros de contabilidad y administración, le hicieron digno de los mayores elogios. Se los tributaron con placer, porque tanta perfección se debía al celo, inteligencia y cristiana caridad que guíaba al Siervo de Dios. Un periodista afirmó: en la Inclusa es donde siente el corazón el más dulce consuelo y hacia sus albergados, envidia. Allí todo es agradable, sencillo, elegante y hay una esmerada educación, exquisito gusto... Incluso la Reina Isabel II de España que ha visitado la Inclusa queda edificada.
Su preocupación principal fue que el enfermo fuera asistido con esmero y servido con lujo. En la Inclusa, el Siervo de Dios desplegó los más arduos desvelos, los más costosos sacrificios, los más amargos disgustos... Pero el lloro de la orfandad reanimó sus fuerzas. Sin salir de los límites de la humildad y pobreza puso a la Inclusa en el lugar que le correspondía. No perdonó medio ni sacrificio alguno, para que reinase la caridad cristiana que tan arraigada se hallaba entre sus religiosas. El Siervo de Dios con la amabilidad que le distinguía recibió a todos dando la enhorabuena al Director por su infatigable celo. Enhorabuena al inteligente cuanto modesto director. Inquebrantable voluntad, siempre se mostró incansable, es el testimonio de una voluntad decidida, alentada por la fe y la caridad. La virtud, el celo, el sacrificio y la constancia formaron el carácter de este sacerdote. Ilustrado y austero eclesiástico. Y aunque en una ocasión el periodista de «La Autonomía» le acusó de abandonar su puesto durante la invasión del cólera, la Junta de Beneficencia, certificó que se hallaba fuera de la ciudad a causa de una grave enfermedad previa autorización del Gobernador de la Provincia y por consejo de los facultativos
«El Sr. Gili, una de las personas que más servicios ha prestado a la Iglesia y a nuestra Provincia. Uno de esos hombres que había venido al mundo para grandes empresas, pero su modestia cohibía los impulsos de su imaginación».
Aparece la gran devoción del Siervo de Dios a estos Misterios o Santos. Eran cultos que promovía para unirse más íntimamente a Dios a través de sus misterios y de sus Santos y para unir también más a Dios a su pueblo.
Se vio la preocupación constante, primeramente porque las nodrizas fueran de buena conducta. Después se dirigió a los comisionados de los pueblos, para que le enviasen el producto de las cuestaciones, a fin de remediar la apurada situación de la Inclusa. Al encontrarse desbordado ante la urgencia de encontrar amas de lactancia suficientes, decidió aumentarles su salario.
Tuvo que luchar contra los numerosos inconvenientes de la ubicación de la Inclusa. Como consecuencia del aseo y limpieza se salvaron el 85 ó 90% de los niños, cuando diez años atrás se libraban de la muerte el 46%. Orden inmejorable, asiduo cuidado y esa limpieza que casi rayaba en lujo, acertada distribución de las habitaciones y el bienestar de la Inclusa, obras fueron de su director Sebastián Gili, sacerdote de celo verdaderamente evangélico, que nada escatimó para proporcionar a los niños todo el cuidado y comodidades que le sugierió su ingeniosa caridad. Para ellos fueron los pensamientos y afanes. El premio a tanto afán fue que el Siervo de Dios quedó sin sueldo o una mínima gratificación, ya que la Inclusa atravesaba serias dificultades económicas.
Organizó continuas rifas y cuestaciones, a fin de que entre unas cosas y otras se pudieran recaudar fondos, para aliviar la penosa situación en que se encontraba un edificio; en el de la Inclusa, en pésimas condiciones, constantemente tuvo que realizar arreglos por una parte o por otra.
En las Actas aparecía el genio organizador del joven sacerdote. La Inclusa dio un cambio en su orden, en su ambiente acogedor, que sorprendía a cuantos la visitaban, y esto lo mismo bajo el aspecto económico, como moral, social y religioso. Hasta la Reina de España quedó en una visita, altamente impresionada. Sin embargo, el 25 de Noviembre de 1868 se le quitaron los tres cargos de Director del Hospital, Inclusa y Casa de Misericordia. No se dieron razones. No se podían dar, porque las razones no eran más que unas razones sin razón. Se debía al ambiente anticlerical que motivó el derrocamiento de la Reina Isabel II de España, poco antes en ese mismo año 1868.
Los que trataron directamente con el Siervo de Dios, elogian sus cualidades, virtud, ingenio, la rectitud, sus dotes de gobierno y de organización.
Es muy elocuente para ver el amor de Dios y el celo por la salvación de las almas de Sebastián Gili, cuanto nos cuenta la religiosa de la Congregación Hna. Concepción Martí en su obra o crónica de la Congregación, la que se presentó en el Proceso bajo el título «Amanecer de Luz y Amor. Las Agustinas Hnas. del Amparo en tiempos del Fundador Sebastián Gili Vives, 1859-1894». La escritora vivió esos tiempos y nos da un testimonio espléndido de la santidad del Fundador, sobre todo a través del testimonio de sus Hijas.
Desde su más tierna infancia se notó una persona de conducta irreprensible, animado del más ardiente deseo de servir a Dios, asistió puntualmente a las lecciones dando pruebas de aprovechamiento, manifestando grande amor a la sabiduría. Y ya siendo seminarista, edificó a sus compañeros y formadores, la asistencia puntual al santo sacrificio de la Misa y a los demás actos de piedad que se practicaban en el Seminario.
Una vez ordenado, además de cumplir fielmente con sus obligaciones sacerdotales, comenzó el desempeño de sus diversos cargos y funciones. Siempre trabajó infatigablemente con la mayor pureza y honradez, logrando con sus desvelos e inteligencia, economías considerables en los gastos, muy eficaz en la actividad; con su vigilancia y cuidado salvó la vida a más dos terceras partes de los expósitos que solían salvarse antes de su dirección, lo que le granjeó el aprecio de personas honradas del país y la estimación pública.